domingo, 24 de abril de 2011

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Dijo el sabio la vida es un tablero de ajedrez de noches y días donde dios con hombres como piezas juega mueve aquí y allí da jaque que mate y mata y pieza por pieza vuelve a dejarlos en la caja posee un destino para la pieza, para el jugador y para dios. EL destino va a cumplirse.
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La niebla envolvía nuestros cuerpos. Una espesa, fría y blanca capa de sinceridad que mantenía nuestros cuerpos el uno contra el otro. Una niebla acompañada de acordes fríos de amor y de “Te quiero”. Cada acorde era un “Te Quiero” que jamás no habíamos podido decir. La niebla, sus acordes y el silencio de los coros formaban la banda, la banda sonora jamás escrita para un soneto a dos voces; las tuya y la mía. Dos voces que jamás pudieron decirse lo que sentían y que nunca se encontrarían hasta hoy.
El tiempo, aquel publico exigente, jugaba en nuestro favor.
Millones de te quiero se deslizaban tímidamente por tu piel y mis labios, esperando desaparecer en tus labios, tus besos, mi boca.
Solo nos faltaba un último impulso para poder terminar la canción. Un impulso que ninguno nos atrevíamos a dar, hasta que una fuerza superior a nuestras mutuas atracciones sobre el contrario nos unió. Pude sentir tu tez tocando mi pelo, a la misma vez que yo profundizaba en tus ojos intentando buscar el final de un laberinto del que nunca quise salir.
A mitad de camino entre tus labios y mi cuerpo, la niebla apremió y empezó a hacerse más densa a medida que nuestros labios avanzaban hacia el fin del soneto. Pude sentirlo, sentir como tus cálidos labios se abrían paso entre la frialdad de los míos. Pero, en un abrir y cerrar de ojos, deje de sentirte. Tus labios se marcharon, tus brazos me repudiaron y tu cuerpo me abandonó en la oscura y fría noche castellana.
Dificultosamente, pude ver tu cuerpo alejándose en la oscuridad de la noche, mientras que alguien susurraba mi nombre sin cesar.
Desaparecías, lentamente, mientras que intentaba seguirte, pero me fue imposible.
Imposible de seguir, imposible de pensar, imposible de soñar.
¿Y donde estabas tú, mientras que mi corazón suplicaba terminar esta canción? LEJOS.
Y en el mismo instante que tu cuerpo desapareció, mi cuerpo yació en el frío suelo de la ribera del majestuoso río de la desesperación. La voz.
Desapareció junto a ti, junto a los acordes de la canción, junto a la niebla que envolvía nuestros cuerpos, juntos con los “Te Quiero” que nunca nos dijimos, junto con nuestro amor.
El tiempo apremiaba, los coros se callaban y mi cuerpo moría lentamente en la solitaria y oscura noche, mientras que pequeñas lágrimas corrían por mis mejillas pensando en el final.

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Volví al principio, a la canción con los acordes de una sola voz, como antes de que tú aparecieses en mi vida; a la canción de la que solo era protagonista yo y mi agonía, mi agonía por el fin de mis días sin ti; a la canción donde los coros narraban mi soledad; a la canción donde tiempo no era más que un mero compañero de regañinas y desesperos; a la canción.
A la canción donde solo estábamos tú y yo.

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