domingo, 24 de abril de 2011

Hoy te necesito más que nunca

Acabo de releer la última carta que me mandaste. Cada palabra, cada punto y aparte... Cada todo se me clava en el interior del corazón. Puedo sentir cada trazo, cada gota de tinta que plasmaste, cada palabra haciendo mella en mi. Y, aunque es romper el juramente, necesité fumarme el último cigarro de nuestra caja de momentos.
Con la primera calada pensé el porque yo, con la segunda el porque nosostros y con la tercera el porque todo.
Todavía sigo sin tener el valor suficiente de mirarme al espejo y verme la cara. Un reflejo distinto del mio, un reflejo que todavía me está pasando factura.
La cuarta calada me recordó unas últimas palabras que me marcaran para siempre. Unas palabras que son difíciles de olvidar, unas palabras que dudo que vuelvas a pronunciar.
La quinta calada me llevo al banco, nuestro banco de los grandes momentos, momentos pasados que siguen muy vivos en mi presente y de los cuales vivo sin vivir.
La sexta calada me transporta a tu última carta, la cual leí más de cincuenta veces, la cual nunca perecera en el olvido, la cual me lleva a escribirte esto.
Antes de terminarme el último de nuestros cigarros he de confesarte que esto no es más que una excusa para hablar conmigo, para intentar perdonarme por errores pasados, por hacer que la vida que me queda no sea de tristes recuerdos afincados en el ahora. Si pudieras estar aquí me obligarías a perdonarme, aunque se que tu ya lo has hecho, pero yo no puedo. Cometí grandes errores, entre ellos el peor, y por eso, además de pedirte perdón, inhalo la última calada de nuestro último recuerdo.
Una última calada que es amarga, con cierto sabor a errores del pasado y humo del mañana. Un mañana del que tengo miedo de que llegue, un mañana lejos sin ti, un mañana en el que me encuentro solo.
¡Ojalá pudieras estar aquí! ¡Ojalá esto fuera un mal sueño del que pueda despertar! ¡Ojala que algún día me pudiera perdonar!
'God, I miss you and I forgive you"

Y de nuevo, con la mirada perdida y sujetando con ambas manos aquel café torrefacto, recreó por última vez la mejor escena de su vida mientras sujetaba aquel pedazo de papel intentando darse jaque y mate.

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